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JASON (de nuevas)

FALTAS DE RESPETO

FALTAS DE RESPETO

Hace unos meses Buenafuente entrevistó a Amenábar en su programa. No considero difícil preguntas originales al director que el año pasado fue galardonado en Hollywood con una película más que controvertida. Sin embargo, Buenafuente se dedicó a preguntarle por los tópicos de siempre, entre los que introducía sus insaciables chistes. La entrevista finalizó con el presentador tocando una guitarra de juguete, en honor a las dotes de Amenábar como compositor. Quien, por cierto, en esos momentos podría haber dicho cualquier cosa. Ya que, ni Buenafuente le hacía caso (toda su atención estaba puesta en hacer sonar el infantil artilugio), ni atendía tampoco el rebaño de adolescentes a quienes tiene por público el late night de Antena Tres. El jadeante rostro del público cada vez que ve salir al Neng de Castefa hace pensar que lo raro sería que prestaran más atención a las respuestas de los entrevistados que a las gracias del presentador. Tuve que cambiar de canal, no quería siquiera ver la calmada cara de Amenábar tratando de que alguien escuchara. Por un motivo o por otro, siempre acabo horrorizada ante este tipo de entrevistas; y cambio de canal antes de que me suban los colores, o me invada la pena por la degradación de las entrevistas en la TV.

No es sólo Buenafuente, quien puede ser gracioso en sus monólogos, pero que olvida que deja de ser él lo importante cuando sienta a un invitado en el otro sillón. Son cada uno de los conductores de estos programas de variedades, en los que las entrevistas breves se han puesto tan de moda. Eva Hache, la pobre, todavía no tiene práctica (ser cómica y no periodista puede ser un motivo de su falta de hábito). Lee sus preguntas, y ya le pueden estar dando una exclusiva en la respuesta, que pasará directamente al siguiente tema que dicta el guión. Guión del que, por cierto, está más pendiente que del propio invitado. El caso de Boris Izaguirre no hace falta ni comentarlo. A Boris le encantaría preguntarse y responderse continuamente, y escucharse, y volverse a ver; y así indefinidamente.

Y luego están los propios entrevistados. Las víctimas de este circo, quienes, en muchos casos, se debaten entre la indignación, el intento de seriedad en sus respuestas o simplemente la risa y el abandono por el show. Pero el show no sólo implica responder a preguntas ideadas por un preescolar, sino que trae consigo que cada personaje realice su oficio, esto es: el torero que toree, el bailarín que baile, el dibujante que dibuje; y, si de pequeño hacías claqué, pues claquea, ahí tienes los zapatos. Eso sí, en un minuto, sin hacer perder mucho el tiempo, y sin aburrir a la audiencia. En cierta ocasión vi al Juli plantar cara a los presentadores cuando éstos le pedían que torease con uno de ellos, cuernos de plástico en mano. El Juli se negó. Amablemente dijo que el toreo era un arte, que requería concentración, y que no podía ser vapuleado de esa manera. Pero muy pocos entrevistados les plantan cara. Quién sabe si por no afear a los presentadores, o porque el espectáculo continúe, se convierten en títeres en manos de presentadores, guionistas y realizadores, dando lugar a desagradables espectáculos.

No lo entiendo. No entiendo por qué se empeñan en rellenar todos los programas con este tipo de absurdas entrevistas, de apenas un cuarto de hora, en la que los invitados son continuamente insultados y ultrajados. Supongo que lo que importa son las audiencias. Como siempre, ante cualquier queja en televisión, la respuesta será que tenemos lo que nos merecemos.


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